MUSICA DE MIEDO

martes, 27 de agosto de 2024

CREENCIAS Y DEMONIOS


Eran ellos dos hermanos inseparables, ella de 13 y él de 15 años. Él era el experto cuando salían al bosque a buscar frutas, raíces y plantas medicinales que llevaban a casa.

Una tarde cualquiera decidieron salir a buscar frutas para que su madre les hiciera un dulce que tanto les gustaba. Estando en el bosque, él encontró una fruta que era muy escasa pero que se hablaba mucho de ella. Se decía que se llamaba cacao sabanero  y se creía que quien la comía podía ver y hablar con el demonio.

Así que el joven, más por asustar a su hermana, dijo que comieran para ver si era verdad que se podían comunicar con el demonio. Ella, horrorizada, dijo que no, que nunca lo haría. Él, siguiendo su juego, se llevó una de aquellas frutas  que se veía muy jugosa a la boca. Solo fue tragarla para que él diera un berrido ensordecedor y sus ojos se pusieran en blanco.

La hermana pensó que tal vez lo hacía por molestarla y asustarla, pero cuando lo vio que se puso en cuatro patas y empezó a berrear y asaltar por los árboles como si fuera un animal, ella corrió a casa.

Antes de llegar a casa, se encontró con su padre y le contó todo lo que había pasado. Este no la dejó ir hasta la casa, sino que se devolvió con ella. Pero antes de ir, pasó a la casa de uno de sus hermanos y le dijo que lo acompañara al bosque porque su hijo había comido cacao sabanero. 

El hermano de este se echó la bendición y dijo que lo habían perdido, pero que debían actuar rápido antes de que el demonio se apoderar a de él. Fueron al bosque y lo encontraron babeando y revolcándose en el suelo como si en verdad estuviese poseído.

Sus ojos se veían blancos  mientras se revolcaba, ellos como pudieron lo ataron con finas cuerdas y se lo llevaron. Mientras esto ocurría, el daba berridos de animal y gritaba que nunca, nunca lo podrían separar de su hermana y que volvería por ella.

Ella lloraba y se atemorizaba porque lo decía no con la voz de él, con una voz que ella no conocía pero que erizaba la piel. Los hombres le hicieron prometer a la chica que nunca contaría nada de lo que vivieron, pidiéndole encarecidamente a la hermana de este que no podía contarle ni siquiera a la madre lo que allí habían visto, que su hermano ya no pertenecía al mundo de los hombres.

Los dos lo llevaron a una vieja casa que quedaba en lo más alto de la montaña, donde ellos, cuando eran niños, jugaban. Allí lo encerraron, primero lo ataron mientras lograban edificar un muro a su alrededor, donde solo dejaron un pequeño orificio para tirarle comida, ni siquiera entregársela, tirársela como a un animal.

Los dos hombres se turnaron para cada día diferente ir uno a llevarle comida. En el pueblo, incluida la madre, dijeron que el joven lo habían mandado a otro pueblo, donde un tío, para que trabajara y aprendiera el arte de la herrería.

Con los años, la hermana creció y los dos hombres que cuidaban al endemoniado, como ellos le decían, envejecieron. El padre de aquel murió, así que el tío del endemoniado era el único que quedaba para alimentarlo. Pero ya se sentía cansado y viejo.

Así que pensó que lo podía dejar morir allí, en aquel hueco. Pero una mañana que subió, resuelto a que esta sería la última comida, notó con horror que aquel engendro había tumbado los muros y no solo eso, se había soltado, no de cuerdas, de cadenas de hierro, la sabía roto como si fueran una pequeña fibra.

No quiso decir nada, pues no tenía quién contarle aquel macabro secreto. Pero esa misma noche, en la casa de su hermano, donde vivía la esposa de este y la niña que ya era una joven, aquel destruyó los cultivos y mató a los animales de corral, dejando un estrago a su paso.

Él, al ver aquello y sabiendo quién lo había hecho, decidió que su cuñada y la hija deberían ir a dormir a su casa esa noche. Al final, las convenció porque no querían dejar la casa sola, a pesar del miedo.

Esa misma noche, en la casa del tío, algo extraño sucedió. La hermana del endemoniado, como ellos siempre lo dijeron, no amaneció en casa. Se había ido con una pequeña nota que decía: “Me voy con mi hermano a recuperar el tiempo perdido”.

Desde entonces, se cuenta que por allí, en los lugares más alejados, donde el bosque es más espeso y los arbustos más tupidos, se pueden ver dos figuras. Una que camina en cuatro patas como un animal y gruñe como una fiera herida, mientras una mujer que viste de harapos lo lleva de la mano como si fuera una mascota.

Algunas personas dicen que lo han visto a lo lejos, porque nadie se le puede acercar. Aquel es un  demonio que protege a su hermana, y la hermana lo protege a él.

MORALEX


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