MUSICA DE MIEDO

lunes, 5 de agosto de 2024

MALDICION EN EL CAMPO





“Soy Joaquín, un ingeniero agrónomo de 32 años, y quiero contarles una historia que cambió mi vida para siempre.

Todo comenzó cuando recibí una oferta de trabajo en una antigua granja en un valle aislado de la provincia de Córdoba, Argentina. La propuesta parecía sencilla: mejorar la productividad del lugar. No sabía que detrás de esa fachada había un oscuro secreto.

La granja, había estado abandonada por décadas. Se rumoreaba que estaba maldita. Claro, no creí en esas supersticiones cuando acepté el trabajo.

Llegué un caluroso día de enero, con la esperanza de revitalizar las tierras fértiles y sacar adelante un proyecto ambicioso.

Al principio, todo parecía normal. La casona antigua era pintoresca, de unos tres pisos, construida enteramente de madera; y las tierras, aunque descuidadas, mostraban potencial. Sin embargo, los vecinos se mantenían distantes y me miraban con una mezcla de lástima y temor.

Una tarde, el dueño de una tienda local, don Pedro, me advirtió: “Tené cuidado, pibe. Esa granja no trae más que desgracias."

Ignoré sus palabras, atribuyéndolas a las supersticiones rurales. Pero las cosas empezaron a cambiar después de mi primera semana. Los animales parecían inquietos, y las máquinas fallaban sin razón aparente. Empezaron a suceder cosas extrañas.

Una noche, me desperté para beber un poco de agua. Desde la cocina, el llanto de una mujer me sorprendió enormemente, ya que provenía desde el campo. Me asomé iluminando con una linterna, pero no veía a nadie.

—¡¡Hola!! ¿Hay alguien? —pero nadie respondía.

Cuando ingresé a la casa, el llanto se volvió a escuchar. Empecé a sentir una gran preocupación. Había una mujer que necesitaba ayuda, y no sabía dónde podría estar. Volví a salir con la linterna, y avancé por el terreno. Muchísimos mosquitos empezaron a invadirme. Mientras soportaba esos malditos insectos, llamaba una y otra vez a esa mujer.

—¡¡Hola!! —y entonces, el llanto de esa mujer volví a escucharlo. Al parecer, provenía del bosque. Me resultó un poco extraño, ya que desde la casa hasta el bosque, había un largo camino. Seguí avanzando, hasta que los mosquitos empezaron a causarme picaduras muy fuertes. No podía seguir. ERAN MILES. Me estaban matando, en serio. Corrí hacia la casa, lo más rápido posible. Durante la corrida, me pareció escuchar a alguien que me seguía. ¿Era esa mujer que lloraba? Giré y no vi a nadie. Empecé a sentir miedo cuando ese sonido de llanto sonó de otra manera, como si no fuera humano. No sabría como explicarlo. Entré en la casa, asegurándome que todo quedara bien cerrado. Me metí en el baño y dejé que el agua limpiara y aliviara todo mi cuerpo de las picaduras de los mosquitos. Luego, me sequé bien y me puse alcohol.

Esa noche me costó descansar, y no fue por las picaduras, sino, por esa experiencia del llanto de la mujer. ¿Quién era, o qué era?

La noche siguiente, mientras revisaba unos documentos en la casona, escuché el mismo llanto proveniente del campo. Salí con la linterna otra vez. Me había rociado de repelente, los mosquitos no iban a molestarme más. Avancé con seguridad y decidido, ya que necesitaba saber lo que estaba sucediendo; pero lo que vi me heló la sangre. Una figura femenina, etérea y desvaneciéndose, se alejaba hacia el bosque. Grité, pero no obtuve respuesta.

Esa noche, no pude pegar un ojo.

Al día siguiente, decidí investigar. Encontré un diario antiguo en el ático de la casona. Pertenecía a Magdalena, una joven que había vivido en la granja a principios del siglo XX. La última entrada, escrita con una letra temblorosa, hablaba de un amor no correspondido y de una traición que la llevó a la desesperación. Se decía que había lanzado una maldición sobre la tierra antes de desaparecer misteriosamente.

Determinado a romper la maldición, busqué ayuda en la comunidad. Pocos estaban dispuestos a hablar, pero finalmente, doña Elisa, una anciana que había conocido a Magdalena, me contó la verdad. Magdalena había sido engañada por un hombre que prometió amarla, solo para abandonarla. En su dolor, ella juró que nadie encontraría paz en esa granja.

Con la información de doña Elisa, decidí actuar. Siguiendo sus instrucciones, encontré el lugar exacto donde Magdalena había sido vista por última vez. Era en la entrada del bosque. Allí, enterré una caja con sus pertenencias, que había encontrado en el ático, y recité una oración para liberar su espíritu.

Esa noche, tuve un sueño vívido. Magdalena se me apareció, agradeciéndome por liberar su alma. Me desperté sudando, pero con una extraña sensación de paz.

Desde ese día, los sucesos extraños cesaron. Los animales volvieron a comportarse con normalidad, esos llantos desaparecieron, y con el tiempo, las cosechas prosperaron. La granja comenzó a florecer, y los vecinos, viendo el cambio, empezaron a ayudarme. La maldición había sido rota, y con ella, la oscuridad que había envuelto el lugar durante tanto tiempo.

Hoy, la granja es un lugar próspero y lleno de vida. Pero nunca olvidaré a Magdalena y su trágica historia. Siempre habrá un rincón en mi corazón para ella, y cada vez que el viento sopla entre los árboles, creo escuchar su voz, agradeciéndome por darle la paz que tanto anhelaba.

Así que, si alguna vez escuchan rumores de maldiciones en viejas granjas, o casas, no los descarten tan fácilmente. Puede que haya más verdad en esas historias de lo que imaginan”.


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