Desde niña, Adelaida nunca había sido una persona muy agraciada. Tenía un rostro de rasgos gruesos y poco atractivos, una figura rolliza y una mirada muy triste, consecuencia de todas las veces que en el pueblo se habían burlado de ella debido a su fealdad. Los hombres la rechazaban por ser superficiales y las mujeres la humillaban, diciéndole que nunca podría competir con su belleza.
Y a todo esto, Adelaida jamás replicaba pues pese a todo, era una mujer humilde y tranquila, a la que no le gustaba buscarse problemas. Al contrario, siempre que podía ayudaba a los más necesitados y nunca hablaba mal de nadie, por más que a ella la difamaran.
Era una lástima que nadie había sabido ver la verdadera belleza de su corazón.
Un día, cansada de todas las burlas que tenía que soportar, Adelaida decidió irse a vivir a una casa abandonada que se encontraba a las afueras del pueblo. Cada día que pasaba se sentía más infeliz por su aspecto físico, deseando en secreto ser tan atractiva como las demás. Al menos allí nadie la molestaría.
Adelaida se instaló en su nueva vivienda, la cual se hallaba vacía y deteriorada por el tiempo. En una de las habitaciones encontró un hermoso espejo con el marco de oro, cuya elegancia contrastaba notoriamente con el resto del lugar, cubierto por el polvo y las telarañas. ¿Quién se habría atrevido a dejar algo tan valioso en medio de un sitio como aquel?
Llegó la noche y se fue a dormir, pero momentos más tarde, fue despertada por un susurro que parecía pronunciar su nombre. Asustada, se levantó de la cama y se acercó al espejo, de donde provenían las palabras.
No obstante, al mirarse en él se quedó sin habla.
En su reflejo se encontraba una muchacha hermosísima, de delicadas facciones y un largo cabello. Estaba vestida con sus mismas ropas y la miraba de manera intrigante.
—¿Quién eres tú? —preguntó Adelaida, paralizada por el miedo.
—Yo soy el reflejo de la pureza de tu alma —respondió ella—. Por años la gente te ha menospreciado por tu apariencia, pero si supieran cuan bella eres por dentro, no se atreverían a pisotearte nunca más. Esto es lo que te tienes que hacer: si quieres ser tan hermosa como yo lo soy por fuera, debes cruzar el espejo. Cuando lo hagas, tu alma pura se verá reflejada en tu exterior y nunca más tendrás que sufrir.
Adelaida lo pensó por dos breves segundos y luego, desesperada, se metió en el espejo, ansiando convertirse en esa mujer. Pero cuando llegó allí, vio que cientos de personas muertas se encontraban atravesadas por cristales, bañadas en sangre y con expresiones de agonía en sus rostros.
Muy tarde se dio cuenta de que el espejo la había engañado: este se alimentaba de almas puras como la suya, causándoles una muerte terrible y prometiéndoles lo imposible para capturarlos en su trampa. Una risa macabra hizo eco en las paredes.
Ahora ella iba a moriir!!!!
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